Cuando le dio la vuelta a aquel reloj de arena ocurrió algo no esperado, la arena caía desde la parte superior pero se desvanecía en la parte inferior. El reloj se estaba desintegrando como un suicida. Inmediatamente le dio la vuelta de nuevo a aquel instrumento de medición. No quería que aquella arena de oro despareciese, era un reloj carísimo, de oro labrado y cristal de Bohemia, con el soporte esculturizado en efebos y afroditas sublimes, en estado de éxtasis lujuriósico. El avariento anticuario estaba en aquel mismo momento escandalizado, la arena desaparecía si le daba la vuelta al reloj, era una cosa de magia, por un lado quería ver como desaparecía la arena, lo extraordinario del suceso le incitaba a su observación naturalista, pero su, valga la redundancia, naturaleza frenéticamente agarrada le conminaba a no perder ni un solo segundo en la contemplación de un menosprecio. Se entabló en el alma miserable del anticuario un combate entre el niño que llevaba dentro y el negociante de uñas alargadas. El niño quería ante todo la sorpresa, lo extraordinario, la magia, el comerciante quería el oro. Tras diez eternos minutos en el que el reloj no desperdició ni un solo grano de arena aurífera venció el taimado, mataron a un niño de diez años que miraba el arcoiris de una puñalada amarilla y el negociante guardó el extraordinario reloj mágico en la alacena. Luego, Francisco Hebreo, que así se llamaba el comerciante, se puso el gabán negro con la estrella de David rosa que llevaba cosida en la manga y salió a la calle a pasear. Eran días difíciles, pasaban los nazis en sus coches y carromatos vestidos de negro brillante, con la esvástica sublime, y pasear en aquella pequeña ciudad se estaba volviendo imposible. Cuando llegó, tras una larga caminata a la esquina de la calle Efemérides observó el cartel a la entrada de la cervecería: no se admiten ni perros ni judíos. Desencantado cambió de marcha, dirigió sus pasos hacia la sinagoga más cercana. A mitad de camino un grupo de nazis lo rodeó. Eh, judío, dijeron a coro las hienas con grandes risotadas, bailanos algo, venga. Y Francisco Hebreo en un estado de paroxismo brutal empezó a bailar una vieja danza judía mientras la pistola de un nazi le rozaba la frente. Quince interminable minutos duró aquella crucifixión, y hartos de reir lo abandonaron tras darle un puntapié que le hizo rodar por el suelo. Ya escarnecido logró entrar en la Iglesia. Un candelabro judío de oro le esperaba junto con más y más candelería, lujo y austeridad al mismo tiempo. Rezó unos versos de la torá y habló con el rabino. Dos horas después salió de la sinagoga preocupado. La noche bailaba la misma vieja danza judía que había bailado unas horas antes para la GESTAPO, noche cerrada de brea densa con estrellas azules furiosas y faroles homicidas, se topó con tres muchachos de las Juventudes Hitlerianas, le arrojaron cáscaras de plátano y pieles de naranja entre grandes risotadas. Atrás la sinagoga estaba ya ardiendo. Llegó a su negocio y entró. Un fuerte olor a trementina y cuadro viejo se respiraba en la estancia. Abrió la alacena y contempló de nuevo el reloj. Le dio por fín la vuelta que el niño asesinado exigía y observó como caía gota a gota el oro desapareciendo en la nada. Sudaba el Shilock por la ganacia perdida pero el antiguo crío disfrutaba con una partitura de notas esmeraldas y doradas. Cuando la última gota de oro desapareció, Francisco Hebreo estaba muerto. En el reloj no había ya ni un solo grano de Arena.
Bienvenido a mi espacio.. Te doy las gracias por brindarme un poco de tu tiempo y pasearte por aqui a curosear. Aqui encontraras muchas historias llenas de suspenso, misterio, y mucho terror e intriga. Pasare cuando el reloj marque la media noche y actualizare. Si te gusta no olvides dar me gusta y si lo deseas. puedes dejar tu comentario. Que yo misma lo respondere. acepto criticas. todo constructivo ya que todo es para mejorar. Desde colombia.. Muchos Cariños y un abrazo. Dani G
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