El lúgubre carromato donde iba atada Marta se movía velozmente por las carreteras azotadas por la lluvia, mientras los bandazos que daba agitaban su cuerpo sin ningún miramiento. Estaba tumbada en un camastro y gritaba de desesperación y de miedo mientras en el exterior se oían aullidos de extrañas alimañas parecidos a los de los lobos. Alguien sentado a su lado y al que no podía distinguir las facciones por estar en completa oscuridad, mostraba una siniestra sonrisa visible sólo en los escasos momentos en que alguna luz del camino se filtraba por un ventanuco con los cristales empañados; luego desaparecía a la misma velocidad que aparecía y la oscuridad volvía al interior del vehículo, renovando el inmenso terror que sentía desde que la arrastraron allí. En realidad, el miedo por los extraños acontecimientos que estaban sucediendo arrancaba de algunas horas antes, en su propia casa y delante de Carlos, su marido.
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Era ya anochecido y Marta y Carlos estaban en el salón de su casa dormitando en los sillones. Un ronquido de él algo más alto de lo normal la sobresaltó y se incorporó con el corazón latiéndola a cien; le costó unos segundos averiguar lo que había pasado y cuando vio a su marido plácidamente dormido y roncando, casi le tira un almohadón.
-¡Será desconsiderado el muy…….! – dijo airada, pero no llegó a lanzarlo porque comprendió que el cansancio del día le tenía agotado. Ella no trabajaba en esa época y podía permitirse el descansar y dormir a cualquier hora, pero su marido llevaba unas semanas que hacía horas extras para aliviar la depauperada economía familiar y se resentía. Viéndole allí, ladeado y con medio cuerpo fuera del sillón, con una cara grotesca deformada por la postura y emitiendo raros sonidos, parecía un ser contrahecho en vez del hombre que ella tanto quería. Mientras le miraba, empezó a sentir frío y se pasó las manos por los hombros para darse algo de calor. Luego se acercó a él y le echó una manta por encima, dirigiéndose luego a la cocina para prepararse un café calentito. En ese momento se apagaron las luces repentinamente y Marta, que estaba ese día muy sensible, pegó un grito y se quedó parada por la impresión. Intentó serenarse respirando profundamente y cuando lo logró, se dirigió al cuadro de luces para ver si era algo local o de todo el barrio.
-¡Vaya, lo que faltaba, ha sido general!- Un temporal de lluvia y viento estaba azotando al barrio y no era extraño que ocurrieran esas cosas, pero no estaba tranquila. El frío que sentía no disminuía a pesar de que se puso una chaqueta y era un frío raro, como el que se siente en una noche de tormenta en un cementerio en donde se unen la humedad del ambiente y la frialdad del escenario de lápidas y panteones. Un poco sobrecogida por esa impresión se dirigió a una ventana para ver si el exterior estaba muy oscuro y comprobó que sí, que casi no se veía nada y sólo las luces de los faros de algún solitario vehículo iluminaban algo de la calle.
¡Y entonces los vio!
Unos seres deformes recorrían las calles y sacaban de las casa a las incautas personas que acudía a abrirles las puertas. Les golpeaban con palos y picas y se llevaban a la boca comida que extraían de esos cuerpos que mutilaban sin piedad. Marta se quedó paralizada por la escena y corrió al salón intentando no tropezar con los muebles que apenas veía, en busca de Carlos. Cuando llegó vio que no estaba; la manta había caído al suelo y no había rastro de él. Presa del pánico cogió lo primero que encontró que pudiera servirle de arma de defensa y que resultó ser un mísero paraguas, y se lanzó a buscarle por la casa. No estaba en ningún sitio y su nerviosismo crecía por momentos. El recuerdo de esos seres deformes por la calle, con horribles cicatrices en sus cuerpos, la tenía paralizada sólo de pensar que podrían haberse llevado a su marido. Quizás él también los había visto por la ventana y había salido a ayudar a las pobres gentes que caían en sus descarnados brazos y manos. Carlos era así de bueno; cuando veía a alguien en peligro se lanzaba a ayudarle sin pensar en las consecuencias que podrían reportarle y ….y……casi seguro que estaba siendo destrozado por esos zombis o lo que fuesen.
-¡Carlos, cariño, ¿dónde estás?! – Marta ya estaba gritando cuando oyó unos golpes en la puerta. Salió corriendo a abrir pensando que pudiera ser su marido que llegaba perseguido por los zombis, pero al hacerlo retrocedió espantada porque uno de esos seres horribles estaba allí, en la puerta, extendiendo una mano hacia ella mientras que en la otra sostenía un hacha descomunal. En la cara tenía una cicatriz horrible que estaba recosida de mala manera y casi le colgaba un ojo, mostrando unos escasos dientes sanguinolentos y un pelo entre blanco y marrón, como de sangre seca. Ella dio un grito tremendo y cerrando la puerta se dirigió a una salida de servicio que había en la parte trasera de la casa. Pensando a toda velocidad adonde ir, se acordó del cercano centro comercial a sólo una calle de distancia. Alí habría mucha gente y se podrían defender con más facilidad, así que se puso rápidamente un impermeable y tras comprobar que por esa parte no había nadie, salió a escape a la fría, negra, y lluviosa noche.
Corría todo lo que podía intentando no hacer ruido y no resbalar o tropezar con algún cubo de basura. Cuando estaba a punto de llegar, la luz volvió de nuevo a las calles y más animada siguió hasta su destino. Allí había mucha gente y todos parecían normales; se movían entre las tiendas como si no pasase nada y no había rastro de los zombis, así que se pudo calmar algo y pensar en que tenía que avisar de que en cualquier momento podían ser atacados. Ya iba a empezar a buscar a un guardia de seguridad cuando repentinamente se volvieron a apagar las luces. El corazón le dio un vuelco por lo que eso podía suponer pero no tuvo mucho tiempo para suposiciones porque entonces sintió un agudo dolor en la espalda y cayó al suelo sin conocimiento.
CONTINUARÁ
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